En fecha reciente, en blog de una persona muy querida que vive en Chile Chico -Patagonia chilena- aparecía el siguiente comentario: ”no ha habido una evaluación de los efectos que pudo haber provocado la erupción del Hudson y su permanente nube de cenizas sobre la salud de los habitantes de la zona…Así vivimos en la zona. En la mañana desempolvas y a medio día tu casa está cubierta nuevamente de polvo”…
Y rescato este comentario, a raíz de una información que ha comenzado circular con cierta fuerza a nivel mundial, que dice relación con un descubrimiento que ha llamado poderosamente la atención de la comunidad científica: las tormentas de polvo en Patagonia. Un fenómeno, recurrente y conocido por la población local -que hasta ahora solo había generado algunos inconvenientes domésticos o de salud- pero desde su descubrimiento, se ha integrado a un acalorado debate científico y esta en la mira de inescrupulosos inversionistas, que ven en él, una forma fácil de hacer un gran negociado, a expensas de una inquietud mundial: el calentamiento global... y su posibilidad, no utópica, de que de este fenómeno pudiese ayudar a reducirlo.
Según información proporcionada por la periodista, Fabiola Czubaj, del Diario la Nación de Argentina (8/10/2007) “todo comenzó cuando un científico argentino que analiza imágenes satelitales para la agencia espacial de los Estados Unidos (NASA) observó manchas difusas que salían de Patagonia hacia el océano Atlántico. Tras descartar la presencia de nubes en el cielo austral, vio que se trataba de tormentas de polvo”…De ellas, dice el doctor Santiago Gassó, su descubridor e investigador asociado de la Universidad de Maryland (EE.UU.) y la NASA, donde se dedica a la detección satelital de aerosoles (partículas en suspensión dispersas en el aire) "conocemos el impacto local que tienen sobre la salud de la población, pero ignoramos su influencia sobre el clima".
“El estudio que realiza junto al doctor Diego Gaiero en el Centro de Investigaciones Geoquímicas y Procesos de la Superficie de la Universidad Nacional de Córdoba, detecto que la cantidad de polvo que vuela de Patagonia y se deposita sobre el agua del Atlántico es aproximadamente de unos 30 gramos por metro cuadrado por año. Este dato, según Gassó, es sólo comparable a la cantidad de polvo que el Mediterráneo recibe del Sahara, el desierto más grande y una de las zonas conocidas más activas del mundo en este tipo de fenómenos”.
Desde entonces, Gaiero y Gassó trabajan a la par con científicos de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Brasil y Argentina en el Centro Nacional Patagónico (CENPAT), en Puerto Madryn, recolectando información para evaluar el fenómeno. Gassó agrega: "existe mucho interés por saber la estructura de estas partículas y su desplazamiento e influencias en el clima a nivel global. En esta región del mundo, gran parte de las partículas que se encuentran en la atmósfera tienen un origen volcánico (cenizas) y por ello, una composición química compleja, que además, está asociada a emisiones de volúmenes importantes de gases de efecto invernadero y cuyo impacto sobre el clima no ha sido suficientemente evaluado.
Y la pregunta que resulta obvia es: ¿Cuál es la diferencia con lo que ocurre en otras latitudes, que hace tan significativo este hallazgo?... Primero, señalar que esta investigación se inscribe dentro de una serie de trabajos con miras a enfrentar el calentamiento global. En ella, los océanos desempeñan un papel importante dentro del ciclo del carbono, en el que interactúa la atmósfera, el medio ambiente físico y los organismos vivos. El CO2 atmosférico se disuelve en contacto con las aguas oceánicas y las corrientes submarinas lo diseminan por el planeta. El fitoplancton, microorganismos vivos dotados de capacidad de realizar la fotosíntesis (producción de materia orgánica a partir de la utilización del dióxido de carbono, el agua y la energía solar) que habitan en los mares, absorben cantidades significativas de CO2 de manera similar a como lo hacen las plantas terrestres. Cuando abunda el plancton, el océano se convierte en un "resumidero de carbono", que absorbe el CO2 y lo convierte en residuos orgánicos que eventualmente se hunden y almacenan en el fondo marino, como sedimentos. En teoría… una forma de retirar de la atmósfera el CO2 para combatir el calentamiento global, es propiciar el crecimiento del fitoplancton.
El aumento progresivo de los valores de CO2 en la atmósfera -como de hecho ha ocurrido en los últimos 200 años- podría hacernos suponer que la cantidad de dióxido absorbida por los océanos debiera presentar niveles de saturaciones similares y comparables en diferentes partes del mundo. Sin embargo, no es así. Resultados preliminares, que provienen de tres grande proyectos de investigación oceanográficos financiados por Europa -ESCOBA, CARUSO y ASGAMAGE– han concluido -utilizando técnicas experimentales y modelos informáticos creados especialmente para este propósito- que los océanos del hemisferio sur absorben más carbono. Un fenómeno, que a todas luces resulta incomprensible. Primero porque la disponibilidad de radiación solar –necesaria para la fotosíntesis de los organismos vivos que lo habitan- es significativamente inferior a la disponibilidad en áreas próxima al ecuador. Segundo, los habitualmente agitados y tempestuosos mares del hemisferio sur, no contribuyen a que el fitoplancton permanezca en superficie y reciban la cantidad de energía solar necesaria. Habitualmente, es sumergido a profundidades donde ni siquiera llega la luz. ¿Y entonces como se explica?.
La explicación para este fenómeno, según Hein de Baar, uno de los investigadores del proyecto CARUSO, es que el elevado contenido de CO2 de los mares del sur, es producto de aguas que emergen desde las profundidades con alto contenido en nitrógeno, fósforo, silicio y otros micronutrientes, que se asociarían a corrientes horizontales que provienen de los márgenes continentales -arrastre sedimentario- también ricas en minerales, que enriquecen con hierro (Fe) las aguas superficiales, contribuyendo a mantener una población de fitoplancton de mayor densidad.
¿Cual es el papel del hierro? Este participa en procesos de oxidoreducción, especialmente en mitocondrias y cloroplastos e interviene también en sistemas enzimáticos no oxidoreductores, en los que generalmente, actúa de elemento puente en el establecimiento del complejo enzima-sustrato. En esta línea, el hierro desempeña un papel fundamental en la biosíntesis de clorofila (pigmento fotoreceptor donde se produce la fotosíntesis). Finalmente, el Fe, también, constituye un elemento fundamental en el proceso de fijación de nitrógeno (N2), necesario par la formación de proteínas. Dicho en lenguaje menos académico, la capacidad de fotosíntesis del fitoplancton, NO dependería única y exclusivamente de la cantidad de energía solar disponible, si no también, de la disponibilidad otros micronutrientes y en particular del hierro, que sería un factor que limitaría su capacidad fotosintética. Este hallazgo ha llevado a algunos investigadores a sugerir que se fertilice con hierro los océanos en un intento de aumentar la actividad fotosintética y así reducir el CO2 atmosférico, para frenar el cambio climático. Una hipótesis atractiva, sugiere Gaiero, donde el aumento del fitoplancton, también tendría un efecto beneficioso sobre la disponibilidad de alimento para otras especies y en consecuencia, más peces y más comida para la creciente población humana.
Los detractores de esta hipótesis –necesarios para una discusión saludable- plantean que la adición arbitraria de hierro cambiaría completamente las comunidades biológicas marinas. La descomposición de grandes cantidades de fitoplancton reduciría los niveles de oxígeno en el agua y la actividad microbiana asociada a bajos niveles de oxígeno o sencillamente anaeróbica, pudiese derivar en la producción de potentes gases de efecto invernadero como el metano (62 veces más potente que el dióxido de carbono) y óxido nitroso (275 veces más activo que el dióxido de carbono), lográndose el efecto contrario.
Estudios científicos recientes demuestran que añadir hierro al océano solo reduciría el dióxido de carbono entre un 16-18% en el mejor de los casos, pero se desconocen sus consecuencias. Y he aquí la importancia de las “tormentas de polvo de Patagonia” y la comprensión de su dinámica y sus efectos….
Desde tiempos inmemorables, las fuentes de aerosoles (partículas) primarias de origen natural han sido: de origen marino, mineral y volcánico. Cualquiera que sea su origen, hay un factor común que contribuye a la dispersión y a la “fertilización natural” de los mares australes, el viento… que es un patrimonio de Patagonia. Ahora bien, las fuentes marinas aportan principalmente partículas enriquecidas con cloruro de sodio. Las de origen mineral, son partículas que arrastra el viento desde la superficie, especialmente cuando el suelo está seco y desprovisto de una cubierta vegetal. Estas partículas se componen de materiales derivados de la corteza terrestre y por lo tanto son ricos en óxidos de hierro, calcio y aluminio. Finalmente, están las fuentes de origen volcánico que proveen grandes cantidades de gases y aerosoles –ricos en compuestos minerales- pero al contrario de las fuentes anteriores, estas son inyectadas a una gran altura en la atmósfera, permaneciendo durante un mayor tiempo en suspensión y su área de dispersión es muchísimo más amplia.
Las tormentas de polvo que hoy se detectan con apoyo de tecnología satelital, no es un fenómeno nuevo en Patagonia. De hecho, vestigios de cenizas volcánicas se pueden encontrar en testigos de hielo obtenido en la Antártica (1.000 a 3.000 Km. al sur) a diversas profundidades, pudiéndose incluso, con un alto porcentaje de certeza, precisar su origen.
Por ello, tal vez, la importancia de estos descubrimientos científicos radica en comprender su dinámica e interrelación con otros fenómenos climáticos o de otro orden. Puesto que no hay referentes naturales sobre la fertilización de los mares en otras latitudes, ni estudios concluyentes sobre el particular, la adición de hierro u otros oligoelementos en forma arbitraria, sin una compresión cabal del fenómeno, pudiese desencadenar una catástrofe ecológica de consecuencias impredecibles, sin descontar por cierto, la influencia de la irrefrenable ambición e irracionalidad del “Homo Sapiens” –proclive a convertir en negocio cualquier cosa, sin reparar en sus consecuencias- que ha demostrado que de “sapiens” tiene poco -de lo contrario, no estaríamos enfrentados a buscar soluciones para evitar la autodestrucción- y pudiese sentir tentado a sacar conclusiones rápidas sin ninguna base científica a partir de esta información preliminar, de un fenómeno que ciertamente se produce, pero poco comprendemos. Una ecuación que la naturaleza a logrado equilibrar después de millones de años de evolución, y con nuestra arrogancia la pretendemos zanjar y convertir en negocio en minutos.
Tal vez por ello, agregar algunos antecedentes más sobre estos fenómenos. Las investigaciones sobre partículas en suspensión atmosférica, su desplazamiento y su influencia sobre el clima, es uno de los aspectos menos comprendidos. Un tema que ha demostrado tener más importancia y aristas de lo que se pensaba. Una amenaza ignorada, que por su naturaleza migratoria lo convierte en un problema global, pudiendo desencadenar problemas climáticos muy lejos de sus fuentes de origen y que no está recibiendo la atención que merece", señala el profesor Andrew Goudie, docente de la Universidad de Oxford. De hecho, el análisis que se hace de estos fenómenos, incorpora modelos, que no necesariamente son validos. Curiosamente y contradiciendo la lógica más elemental, una mayor cantidad de polvo en el aire no es necesariamente producto de la falta de lluvias según los científicos de la Universidad Hebrea de Israel y del Instituto Weizmann "El impacto que tiene el polvo en las lluvias es algo que no se sabía", dice científico Daniel Rosenfeld. De hecho, este resultado es completamente opuesto a lo que suponía la comunidad científica. El polvo y otras partículas suspendidas provocan que las minúsculas gotas de agua que se forman en las nubes se hagan más pequeñas y que las lluvias disminuyan o no se produzcan. El mayor peso específico de las partículas no necesariamente favorecen las precipitaciones. Un círculo vicioso, en el cual la sequedad genera más clima seco y podría tener importantes repercusiones en el clima a nivel global.
Por otra parte y para finalizar, recordar que una parte no despreciable del polvo que circula en Patagonia, tiene un origen antropogenico. El sobrepastoreo de tierras incapaces de soportar la presión a la que se expuso durante la “época dorada” de la ovejería y la tala irracional del bosque, han terminado por hacer perder parte importante de su insipiente cubierta vegetal, quedando irremisiblemente expuestas al viento. Una contribución no menor al fenómeno de dispersión de polvo en Patagonia, que por cierto, tiene una solución al alcance de nuestra mano.