PATAGONIA SUBMARINA CHILENA, UN PULMÓN VERDE, EN PELIGRO...


Cuando pensamos en Patagonia, de inmediato lo asociamos a la idea de sitios inalterados, vientos, nieve, lluvias y un lugar donde todo parece adquirir dimensiones colosales: glaciares, lagos, montañas; sin embargo, pocos conocen la riqueza biológica que hay bajo el mar patagónico y la importancia de conservar estos ecosistemas, para la salud del planeta y el bienestar de su población.

Los ecosistemas Patagónicos, albergan un tercio de los bosques submarinos de algas gigantes pardas existentes en el mundo. Comúnmente se les conocen como huiro, sargazo o calabacillo y, forman parte de uno de los ecosistemas más productivos, biodiversos y dinámicos del planeta. Prosperan mayormente en aguas frías. Habitan desde la zona intermareal hasta unos 40 metros de profundidad. Su denominación de “gigantes”, es porque pueden llegar a medir 60 o más metros de longitud, y “pardas” por el predominio de un pigmento fotosintético conocido como fucoxantina, que les otorga ese colorido pardo-marrón, que prevalece sobre el verde tradicional de la clorofila de otras especies vegetales.

Son estructuradores de hábitats, es decir, sientan las bases para que otras especies, a su resguardo, puedan desarrollarse. A pesar de su importancia, como aportadoras de oxígeno y reductoras dióxido de carbono (CO2) y su decisiva contribución para ayudar a reducir el calentamiento global, todavía no hay certeza de su extensión a nivel global, sus patrones de distribución y abundancia en Patagonia, ni suficiente investigación para saber cómo se han visto afectados por el cambio climático, sin embargo, hay consenso que, los fríos mares a lo largo de la desmembrada costa occidental de Patagonia (Chile) albergan los mayores y mejor conservados bosques de algas.

En Chile están presentes cinco especies de huiros: tres que habitan en la orilla (intermareales), que correspondes a dos especies de huiro negro (Lessonia spicata y Lessonia berteroana), y el chochayuyo (Duvillea antárctica), y dos que viven bajo el mar (submareales), que son el huiro palo (Lessonia traberculata) y el huiro canutillo o flotador (Macrocystis pyrifera), esta última, la mayor de todas las algas y una de las especies de crecimiento más veloz en el mundo, que, en condiciones óptimas, en la temporadas de primavera y verano, puede lograr tasas de crecimiento de hasta cerca 50 cm diarios.

Los bosques de algas, en general, crecen hasta 30 veces más rápido que las plantas terrestres, regulan el PH de las aguas, son importantes barreras naturales que disminuyen la fuerza destructora de las olas, protegiendo la línea de costa. Proveen un lugar de refugio, desove y alimento a invertebrados e infinidad de especies de crustáceos, moluscos, peces, algunas variedades de gusanos marinos, pero también constituyen el hábitat de especies comerciales de gran valor en Patagonia como: centolla (, erizo, ostión -representado por dos especies: el Ostión del Sur y el Ostión Patagónico, locos, cholgas y choros  que forman parte importante de su identidad cultural y económica, así como también del hábitat de mamíferos como ballenas, delfines, lobos marinos, que utilizan estas áreas para alimentarse y socializar.

A modo ilustrativo, para entender la importancia de proteger estos bosques de macroalgas, recordar que el principal gas de efecto invernadero que provoca el calentamiento global es el dióxido de carbono (CO2) y que el proceso químico que se produce en plantas, algas y algunos tipos de bacterias cuando se exponen a la luz solar, denominado fotosíntesis, permite que el agua y el dióxido de carbono (CO2) se combinen para producir materia orgánica (celulosa, almidones, azúcares, etc.). El resultado de este proceso clave, es la absorción del dióxido de carbono (CO2) y la liberación de oxígeno a la atmosfera.

En los orígenes de la Tierra, fueron organismos fotosintetizadores, como el fitoplancton, constituido por un amplio grupo de microorganismos unicelulares que habitan sistemas acuáticos, los que permitieron modificar la composición de la atmósfera terrestre, haciendo posible la vida tal como la conocemos hoy.

En la actualidad, el fitoplancton es responsable de producir más de la mitad del oxígeno atmosférico y de retirar una cantidad equivalente de CO2, por lo que el océano sigue siendo el principal sumidero de carbono global.

Sobre los bosques de macroalgas, a nivel mundial, hay abundante bibliografía para estar preocupados por su extinción. La mitad de ellos han desaparecido por la actividad humana (contaminación, extracción, etc.) pero también, por el aumento de la temperatura de los océanos, producto del calentamiento global. Los casos más emblemáticos e ilustrativos de su extinción son: California con el 97% y Australia 95%, sin embargo, en Patagonia han permanecido casi inalterados desde hace casi 200 años, desde los tiempos en que el naturalista británico Charles Darwin recorriera los mares patagónicos.

La doctora en Geografía y Medioambiente de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y postdoctorado de la Universidad de Victoria (Canadá), la chilena Alejandra Mora Soto, que desarrolló el primer mapa mundial de bosques submarinos, señalo que el calentamiento global no ha afectado mayormente a los bosques de algas patagónicas, que presentan una notable estabilidad, la cual podría explicarse básicamente por dos razones. La primera de ella es que el deshielo de los glaciares genera el ingreso de agua fría a los sistemas oceánicos. La segunda tiene que ver con los cambios en el patrón de vientos que alterarían el flujo térmico del océano, que ha mantenido, sin grandes variaciones su temperatura.

Por otro lado, si bien los bosques de macroalgas en Patagonia no han sufrido la desforestación causada por los “barreteros” -que operan en la parte centro y norte de nuestro país o en otras regiones del mundo- que arrancan de raíz las algas, impidiendo su regeneración, no es menos cierto que no es el único peligro a los que están expuestos.

La creciente demanda mundial de ácido algínico (polisacárido coloidal), que se obtiene de forma natural de las paredes celulares de las algas pardas, que alcanza concentraciones entre 20% y 25% de su peso seco y sus derivados como: sales sódicas, cálcicas y potásicas (alginatos) también altamente demandado por la industria para dar volumen, textura y viscosidad a una variada gama de productos cosméticos, alimenticios, médicos, odontológicos, farmacéuticos y otros, pueden convertir la extracción de macroalgas en una alternativa de sustitución de otros recursos marinos sobrexplotados, que ya no rentan lo suficiente, ya sea por vedas, reducción de cuotas de extracción, leyes de protección u otra variable, convirtiendo la extracción de algas en un preciado trofeo.

La doctora Alejandra Mora, recientemente señalo: la salmonicultura es otra amenaza, tanto para los bosques subacuáticos como los mares del sur de nuestro país. Hoy asegura, no existe protección eficiente, ni control real para los bosques de huiros de la Patagonia ni del resto del país, y que para conservarlos de manera efectiva se requiere crear más áreas marinas protegidas y el retiro de actividades contaminantes o extractivas cerca de bosques de algas.

Sobre el cultivo de salmones, el doctor en Oceanografía de la Universidad de California, Biólogo Marino, U. de Chile y presidente de la Asociación para la Defensa el Ambiente y la Cultura de Chiloé, Tarcisio Antezana, explica que la contaminación de las aguas por un exceso nutrientes liberados por la industria del salmón, provoca la eutroficación del ecosistema, aumentan los procesos de floraciones de algas que prolongan y avivan la marea roja (microalgas tóxicas). Además, se generan condiciones anaeróbicas en el agua que impiden la existencia de la vida en el mar. Al disminuir la concentración de oxígeno, algunos animales abandonan la zona, hay especies de plantas y algas que no llegan a crecer, y aumentan los microorganismos anaeróbicos, que no aportan oxígeno y, por el contrario, producen toxinas que ralentizan aún más la descomposición de la materia.

Antezana, además aseguró, que el elevado uso de antibióticos en la cría de salmones (incluso 6.000% más que lo utilizado en países europeos) puede originar serias perturbaciones en todo el ecosistema, incluso afectar a cetáceos como los delfines. Esta actividad, excede la capacidad de carga del ecosistema (hay un máximo número de individuos que cada especie puede sostener sin disminuir los recursos naturales) lo cual genera crisis como la anemia infecciosa del salmón (ISA) o masivas mortandades. En 2016, el vertido de 9.000 toneladas de salmones muertos en aguas del mar de Chiloé intensificó la marea roja y provocó una mortandad de 23 millones de peces y una profunda crisis social, ambiental y económica.

El avance de la industria salmonera hacia el extremo sur de Chile ha significado el daño de valiosos ecosistemas de fiordos y canales que han sido sustento de comunidades costeras desde hace siglos. Más del 50% de la superficie de la Región de Magallanes fue declarada con diferentes categorías de conservación (parques y reservas nacionales, reservas marinas e incluso categorías internacionales como reservas de la biósfera). Sin embargo, esto no ha impedido que empresas salmoneras desarrollen proyectos altamente contaminantes en la zona, incluso al interior de las áreas protegidas.

Cada vez nos impacta más, señalo Antezana, la recurrente seguidilla de desastres ambientales provocados por esta actividad: derrames, hundimientos, escapes de salmones, mortalidades masivas y proliferación de zonas muertas (anoxia), son solo algunos ejemplos. Todo esto ha puesto en peligro desde hace años a los ecosistemas marinos de las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes.

Por su parte, el destacado biólogo marino, Alejandro Buschmann, apoya las apreciaciones de sus colegas, Mora y Antezana. Mediante investigación bibliográfica, reconstruye la evidencia internacional que indica que la salmonicultura genera impactos graves y permanentes sobre los ecosistemas. Además, deja en evidencia la escasa investigación existente en Chile, la mínima protección ambiental y concluye que el enorme crecimiento de esta actividad no ha ido acompañado de la investigación científica necesaria que respalde normas regulatorias de control. Como consecuencia, el marco regulatorio es ineficiente, y no sólo pone en peligro el ecosistema sureño, sino también la proyección de la actividad en el futuro, debido a la degradación del medio ambiente y a los permanentes conflictos que genera con las comunidades.

Para muestra un botón… Tras más de 10 años de tramitación en el Congreso chileno, el lunes 29 de mayo de 2023, la Comisión Mixta votará el proyecto de Ley para La Naturaleza, que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) y el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, al cual empresarios y poderosas transnacionales salmoneras -varias tienen un amplio prontuario de delitos ambientales- se oponen sistemáticamente.

Finalmente solo recordar que: la ley para la naturaleza surgió como parte de una recomendación OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), para incluir a Chile entre los países definidos como “desarrollados… y no hemos cumplido.